Cierto es que con el paso del tiempo la cuestión del formato ya no genera tanta polémica como en los primeros años de cambios profundos en cuanto a la forma de consumir música, libros o películas.
19 años pasaron de la demanda de Metallica a la plataforma Napster, era el fin de una era y el comienzo de una nueva, la que vivimos hoy, la del hiperconsumo ilimitado.
Solía preocuparme por el formato, por los discos físicos, por los libros impresos. Temía su desaparición. Recuerdo de chico la dificultad de conseguir unos pesos para poder ir a la tienda de discos y hacerme de algunos de los lanzamientos que venían promocionados por cadenas como MTV, Much Music o la misma Rolling Stone. Y era toda una dificultad, o mejor dicho, había una gran limitación en el material que llegaba a las disquerías en esos años.
Muchas veces había que conformarse con lo que la industria posicionaba y quería que consumas, no había tanta opción.
Hoy en día, las múltiples ofertas que nos llegan a través de las diversas plataformas de escucha online nos abren nuevas posibilidades que unos pocos años antes no teníamos.
Festejamos esta nueva forma de consumo más abierta y simple, pero no hay que pecar de ingenuos. El negocio hoy en día no pasa por la venta de discos, pero si por los algoritmos que intenta imponer la industria, fijando modas, tendencias y gustos, el negocio no murió, simplemente mutó.
ALGORITMOS PERVERSOS
Actualmente, los datos se han vuelto una obsesión para la industria discográfica que ve infinitas posibilidades en saber qué, cómo y por qué consume la audiencia.
La herramienta Publishing analytics, lanzada por Spotify días atrás, sirve para que productores, discográficas y artistas puedan tener acceso a distintas informaciones como localización de usuarios, cantidad de reproducciones, canciones más escuchadas y hasta rendimientos de escucha en distintas etapas de las canciones.
¿Podría esta información influir en un artista a la hora de componer?